¿Sabes qué significa el logo de Mercedes? Te lo contamos.

Iniciamos una nueva serie de artículos con la historia de los logos de las marcas de automóvil más emblemáticas de la historia. Y por supuesto, lo hacemos comenzando por la marca de las marcas: la legendaria Mercedes-Benz.

Empecemos con un dato sorprendente que algunos desconocerán: la emblemática estrella que compone el icónico logo de Mercedes es, de hecho, más antigua que la propia marca de coches. ¿Qué cómo es posible? Bueno, quizá debamos viajar brevemente al siglo XIX y recordar que los fundadores de Mercedes, Gottlieb Daimler y Karl Benz, pioneros del automovilismo mundial unieron sus respectivas empresas allá por 1926, pero ambos llevaban ya un estimable recorrido como fabricantes de coches.

De hecho, la estrella de tres puntas de Mercedes fue primero el signo de identidad de Daimler, que la colocó en uno de sus radiadores en 1909. ¿Y por qué tres puntas? Muy sencillo: Daimler no sólo fabricaba automóviles sino también barcos y aeroplanos: la famosa estrella recogía así uno de los orgullos de la marca y símbolo de su poder industrial el dominio tierra, aire y mar, añadiendo a esta muestra de poderío el simbolismo de la estrella, uno de los elementos eternos por antonomasia, al menos en comparación con la vida humana.

No fue hasta 1926, con la unión de ambas marcas, cuando se añadiría la también clásica corona de laureles de Benz, reflejo y recuerdo de sus muchos éxitos deportivos en el Gran Prix y en los sucesivos récord de velocidad que fueron conquistando, como la ruptura de la mítica barrera de los 200 km/h, que fue conquistada por un Blitzen Benz en 1909. En alemán, “blitzen” significa “rayo”, con lo que el nombre de aquel modelo con motor de 22 litros de cilindrada no podía ser más adecuado. Más tardíamente, en 1937, se añadieron los anillos que unen las puntas de la estrella

Pero quizá se pregunten: ¿por qué el nombre que paso a la historia fue Mercedes-Benz y no Daimler-Benz? La respuesta está en la hija de Emil Jellinek, millonario y cónsul del extinto Imperio Austrohúngaro, de nombre Mercedes, quien invirtió la friolera de medio millón de marcos alemanes de la época a principios del siglo XX para que la compañía Daimler desarrollara un automóvil potente y fiable, comprometiéndose (si la hazaña se conseguía) a adquirir de su propio bolsillo un lote entero de aquellos primitivos vehículos. Por supuesto, el reto se consiguió y, en agradecimiento a su inversión, la compañía permitió que Jellineck rebautizara a aquellos coches como Daimler Mercedes en honor a su hija. El nombre se hizo tan popular que acabó calando y relegando a un segundo plano al apellido Daimler.

Y el resto, por supuesto, es historia de la automoción.